¿DONDE ESTA LA FELICIDAD?
Por: Elmer Saldaña Cárdenas
Conferencista Motivador
Había una vez un rey
que tenía un sirviente, que era muy feliz. Todas las mañanas llegaba con el
desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones. Una
sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida
era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó llamar: ¿Cuál es el
secreto? Le preguntó el rey. ¿Qué
secreto, Majestad? ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
No hay ningún secreto, Alteza.
No me mientas. He mandado cortar cabezas por
ofensas menores que una mentira. No le miento,
Alteza, no guardo ningún secreto. Entonces, ¿Por qué
estás siempre alegre y feliz? ¡Eh? ¿Por qué?
Majestad, no tengo razones para estar triste. Su
Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo
en la casa que la corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados, además,
su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos
algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?. ¡Mentira!, si no me dices ahora mismo el secreto te
haré decapitar, porque nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría
más que complacerlo, pero no hay nada que esté yo ocultando... Vete, ¡vete antes
que llame al verdugo! El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la
habitación.
El rey estaba como
loco. No consiguió explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de
prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos.
Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación
de la mañana. ¿Por qué él es feliz?
Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera
de círculo. ¿Fuera del círculo?
Así es. ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
A ver si entiendo, estar en el círculo te hace
infeliz. Así es. ¿Y cómo salió? ¡Nunca entró! ¿Qué circulo es
ese? El circulo del 99.
Verdaderamente. No te entiendo nada.
La única manera para que entendieras, sería
mostrártelo en los hechos. ¿Cómo? Haciendo entrar a
tu sirviente en el círculo. Eso, obliguémosle
a entrar. No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar
en el circulo. Entonces habrá que
engañarlo. No hace falta, su Majestad. Si le damos la
oportunidad entrará solito, solito. ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su
infelicidad? Sí se dará cuenta.
Entonces no entrará.
No lo podrá evitar. ¿Dices que él se
dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo circulo, y
de todos modos entrará en él y no podrá salir?. Tal cual,
Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender
la estructura del circulo?...- Sí, estoy dispuesto.
Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener
preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos.
¡99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?. Nada más que la
bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche. Esa noche, el sabio pasó a buscar al
rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a
la casa del sirviente. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el
hombre sabio agarró la bolsa de cuero con las 99 monedas de oro y escribió en un
papel: “Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y
no cuentes a nadie cómo lo encontraste”. Luego ató la bolsa con el papel
en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente
salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El
sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido
metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados
y se metió a su casa. El sabio y el rey se arrimaron a la ventana para
ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había en la mesa y dejando
solo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa.
Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! Él,
que nunca había tocado una de esas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para
él. Las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la
vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó hacer
pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro,
cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60...hasta que formó la
última pila: ¡9 monedas!. Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una
moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. “No puede ser”, pensó. Puso la
última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
-¡¡Me robaron!! –Gritó-¡Me
robaron, malditos! Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en
sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que
buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le
recordaba que había 99 moneda de oro “solo 99”. “99 monedas. Es mucho dinero”,
pensó. Pero falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo
-pensaba- Cien es un número completo, pero, noventa y nueve, no. El rey y su
asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma. Estaba
con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían puesto
pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se
asomaban los dientes.
El sirviente
guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados escondió la bolsa
entre la leña. Luego tomó un papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto
tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?.
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro
hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de
oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es
rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba
y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en doce años juntaría
lo necesario. “Doce años es mucho tiempo”, pensó. Quizá pudiera pedirle a
su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo,
después de todo, terminaba su tarea en el palacio a las cinco de la tarde,
podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las
cuentas: sumando su trabajo y el de su esposa, en siete años reuniría el
dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizá pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de
comida todas las noches y venderlo por una monedas. De hecho, cuanto menos se comieran
más comida habría para vender..Vender...vender... Estaba haciendo
calor. ¿Para que tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos?
Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda
cien. El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en el
circulo 99. Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal
como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba
real golpeando las puertas y refunfuñando. ¿Qué te pasa?
Preguntó el rey. Nada me pasa, nada
me pasa. Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el
tiempo. Hago mi trabajo, ¿no?, además, ¡no soy canario
para cantar, y tampoco soy payaso!. No pasó mucho tiempo antes de que el rey
despidiera al sirviente. No era agradable tener a alguien que estuviera siempre
de mal humor. Además mandó a recuperar las monedas.
Todos hemos sido
educados con esa ideología tonta: Siempre nos falta algo para estar completos,
y solo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto nos enseñaron
que la felicidad deberá esperar a completar lo que falta...Y como siempre nos
falta algo, la idea retoma al comienzo y nunca se puede gozar de la vida.
Pero qué pasaría si la iluminación llegara
a nuestra vidas y nos diéramos cuenta, así de golpe, que nuestras 99 monedas
son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó
con lo nuestro, que todo es solo una trampa, una zanahoria puesta frente a
nosotros para que seamos estúpidos, para que jalemos el carro, cansados,
malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que nunca dejemos de
empujar y que todo siga igual... ¡eternamente igual!... Cuantas cosas
cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están. Nos convencemos a nosotros mismos de
que la vida será mejor después de casarnos, después de tener un hijo y entonces
de tener otro. Luego nos sentimos frustrados de que los hijos no son lo
suficientemente grandes y que seremos más felices cuando lo sean. Después de
eso nos frustramos porque son
adolescentes difíciles de tratar. Decimos que seremos más felices cuando
salgan de esa etapa. Creemos que nuestra vida estará completa cuando a nuestro
esposo o esposa le vaya mejor, cuando tengamos un mejor carro, o una
mejor casa, o cuando nos podamos ir de vacaciones, o cuando estemos retirados.
La verdad es que
no hay mejor momento para ser felices que ahora. Si no es ahora ¿cuándo?. Tu
vida siempre estará llena de retos. Siempre habrá un obstáculo en el camino,
algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, un tiempo por
pasar, una deuda que pagar. No hay camino a la felicidad. La felicidad es el camino. Así que atesora cada momento que tienes
y atesóralo más cuando lo compartas con alguien especial, lo
suficientemente especial para compartir tu tiempo. Y recuerda que el tiempo no
espera por nadie... Así que deja de esperar hasta que termines la Universidad,
hasta que bajes o subas 10 kilos, hasta que te cases, hasta que tengas hijos,
hasta que tus hijos se vayan de casa, hasta que te divorcies, hasta el domingo
por la mañana, hasta la primavera o hasta que te mueras... Para decidir que no
hay mejor momento que éste para ser feliz. La felicidad es un trayecto, no un
destino.
Así que, trabaja como si no necesitaras dinero,
ama como si nunca te hubieran herido y baila como si nadie te estuviera
viendo..La felicidad no está en lo que opinen los demás, está en lo que decidas
tú...Decide ahora ser feliz. Y no dejes que se te vaya la felicidad de tus
manos como la arena o el agua.
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